LA VOZ QUE SIEMPRE QUISE -9.
Desperté una
vez aun siendo niño en voz de Don Paco,
sentados al filo del borde de la acera
que nos dividía
en años y altura y nos rejuntaba en afán de vida,
ganas de aprender y el grito de “a casa” que daba mi
madre
llamando a la cena, ante la amenaza absurda, inocente,
y la irreverente respuesta entre dientes que salía de
mí
casi silenciosa de “vete pa la porra” o, la a voz en
grito de:
“que es muy temprano” o “no tengo hambre”.
Fue aquella acera mi primera escuela,
donde recibí ese trato extraño que de un hombre viejo
pastor, desaliño de cara, de pelo con la pava exigua
de un desconocido, chupado y ceroso cigarro amarillo
hablaba entre dientes y reía entre labios,
a un niño con hambre de letras y vida que perdía las tardes
sentado a su lado, entre tanto otros jugando a las
bolas,
perdían las suyas esperando el tiempo venir a
encontrarlos.
Don Paco decía ¡Si yo pudiera recobrar el origen de la
nacencia!
no nacería, la pena era tal dentro de mi sangre
que no comprendía aquellas palabras, aquella ironía.
Llevo de rodillas comiendo en mi plato como hacen rumiantes
vacas, obesas ovejas que no son ni mías,
soy como pulgones de las hojas verdes que se comen
ellas.
A esos señores dueños del rebaño les doy todo el
tiempo,
la vida desde que amanece, hasta que las piedras
pierden su color y humedecen al raso, las hojas caídas
por el aire
y llegan los fríos, la escarcha y gotas de hielo cubren
mis alforjas.
Aprende muchacho, mientras seas tú, no importan
riquezas,
la vida lo es todo, prefiero ser yo junto a mis
ovejas,
que ser como esos, con cientos de muertos bajo los
ramajes que piso a diario.
Chema Muñoz ©
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