LA VOZ QUE SIEMPRE QUISE
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No sé muy bien en qué clase de letargo
ha vivido el hombre desde el diluvio,
ni que senderos hemos andado desde entonces,
extraer la raíz de estas cordilleras cuestan miles
de reencarnaciones, que poco a poco de mano en mano
se han ido entregando al fondo del alma
a mentes dormidas ávidas de dragones,
bosquejos mal dibujados e incoloros
y en un desorden de engreídos verdes sin madurar.
Llegaremos a tener la carne blanca como las nubes,
ya hemos vistos sus dibujos en las piedras,
ojos grandes, genes de otros oteando desde lo alto,
recordando cordilleras, glaciares, hiedras.
Hemos estado buscando constantemente una raíz,
planetas, voces desde lo más distante del universo
entre esa
tiniebla que da el temor de ir y venir
sin rumbo fijo, buscando una razón, una fuente, un
beso.
No hemos sido nunca individuos, sino átomos de un solo
cuerpo
con cortinas en
los ojos impidiendo ver nuestros anhelos
descubrir que
somos solo, plumas, hojas cayendo a tierra,
flagelos que nos transportan desde los vientres
donde nos guardan hasta llegar el tiempo cuando
nacemos.
Y no existen puertas, ni se nos abren hacia la vida,
ya somos juntos todos una sola alegría, una sola
intención,
un solo pensamiento en las arterias de solo una vida.
Una solo alma invadiendo tinieblas gobernando ciclones,
apagando volcanes, va siendo hora ya de acabar las violencias
por ideas o creencias, socavar los agravios
esconderlos en ánforas,
enterrarlos por siempre allá en la lejanía con
candados gigantes
y en pasillos con trampas y al final lo custodien
miles de cancerberos.
Chema Muñoz ©
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