Quien de nosotros recuerda la vida de sus tres años
levante la mano aquel que ha tenido en faltriqueras
el orín durante horas, o colgándoles las velas,
o un mendrugo entre las manos de pan de centeno negro
o una tira del calzón dándole la vuelta al hombro
para morir en los cueros.
Se nos olvida muy pronto el hambre de los ancestros
todo son cuentos de viejos, cuentos chinos para otros,
para mi abuelo y el tuyo querer enterrar recuerdos.
Se nos vacía la memoria cuando el dolor no es el
nuestro
sin embargo todavía sigue sonando en el aire el grito de libertad,
poder reír, o cantar cuando se te venga en gana,
pasear de madrugada como cuando fui pequeño
no tropezar o caer por pisar mal sobre el hielo,
o sonreírle a la vida mirando como jugaban a la comba las
muchachas
esperando a que encendieran las luces de las farolas.
Contar cuentos inventados de monstruos endemoniados
mientras la mirada iba buscando aquella mirada
de la niña que en secreto desde lejos nos miraba
tal si fuera la llamada que nos llamaba a la vida.
Se han perdido las derivas, se han torcido los
caminos,
ni la leña ni el carbón sabemos dónde buscarlo
cuando nos llega el invierno, somos esos animales
que no nacemos con pelo, nuestras almas no calientan
si no es con amor ajeno.
El egoísmo nos
lleva a separar nuestras tribus,
como si en nuestro planeta hubiera varias especies
entre los seres
humanos, no sabemos ser el regalo
que se dio a
nuestra raza, aquella que sin querer
anduvo mirando al cielo por
andar con los dos pies
y aun así nos tropezamos cada vez que no queremos.
Chema Muñoz©
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