LA VOZ QUE SIEMPRE QUISE – 26 –
Tengo en la mano un Dios que
muere y nace cada plenilunio,
que vive y dibuja entre los
silencios gritos de colores,
tarde de alegrías y tristezas
cuando el día muere,
y se va perdiendo la luz al nacer los sueños.
Tengo en mi voz la cuesta
invisible de una voz oculta,
de un alma viajera, que vive donde nadie quiere,
que muere donde nadie espera.
Es esa voz loca como los preludios huérfanos de ideas
que se van perdiendo sin dejar la huella sobre los caminos,
sin mostrar razones entre los racimos de horas perdidas,
entre acantilados donde la vergüenza
confunde el perdón
con las ilusiones de un mundo pequeño detrás de una máscara,
delante de un ceño de rabia y vacíos acunando el frio que da el
abandono.
Ahora, viven lejos esas voces
solo en el recuerdo,
Aunque me hacen daño recordar la ausencia,
esa parsimonia desde haber nacido
hasta hacerte un hombre en la soledad
cubriéndote el tiempo, buscando verdades,
ternura en las manos, deseando un beso
perdido entre hermanos que sumaban días como en un rebaño.
El miedo al futuro, esa oscuridad al ¿Qué será de mí si me quedo solo
antes de ser hombre sin saber amar, de morirme antes de hacer el amor?
de serme sin hijos en la
despedida, reclinar mi historia en la soledad
y esa oscuridad tétrica, helada, de un pobre epitafio deseado antes
para darle luz a las alegrías, tapando la boca a las ironías,
abrazando al fin toda libertad.
Chema Muñoz ©
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